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Alto rendimiento: Del deporte a la empresa.

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7 marzo 2025
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Es una vida dura, pero sencilla, puesto que partes de la necesidad de repetir a una escala mayor lo que has venido haciendo desde los inicios de la práctica del deporte. En gran medida, no necesitas pensar. No tienes que adivinar lo que harás mañana. Todo viene marcado por un protocolo exigente en lo físico, pero con límites bien fijados. Es un mundo estable.

La vida real, la que hay fuera de los focos del deporte profesional, es blandita como un almohadón de plumas, pero tremendamente compleja. No hay habitualmente tanto desgaste físico, pero tampoco hay rutinas a las que aferrarse. Llega el mundo de lo desconocido y llega, por tanto, el miedo, una sensación que te atenaza en muchos momentos y, sobre todo, en los primeros en los que constatas que el entorno del deporte profesional ha concluido. Asumir el contraste entre la vida del deportista y la vida real parece sencillo, pero es una ecuación que muchos no son capaces de resolver y que otros resolvemos invirtiendo demasiado tiempo, energía y dolores de cabeza, sobre todo, porque nadie nos orienta en esos pasos. En otras palabras, cuando llega el momento de abandonar el profesionalismo, descubrimos que algunos de nuestros soportes vitales saltan por los aires. Y lo que es peor: lo hacen de un día para otro, sin transiciones. De repente, constatamos que vamos a necesitar nuevas herramientas para enfrentarnos al mayor reto que jamás hayamos afrontado: superar el primer día del resto de nuestra existencia.

En mi caso particular, soy lo que soy gracias al ciclismo. Es el deporte de las dos ruedas el que me ha forjado durante décadas en todos los ámbitos: personal y profesionalmente. Pero, ¿seguro que es así?, ¿o es un simple tópico? La duda eterna aquí planteada se cierra con otra pregunta, puesto que la reflexión siempre viene acompañada de la interrogación: ¿qué me ha enseñado el deporte?

Desde los 11 años comencé a andar en bicicleta, una expresión contradictoria que usamos los ciclistas puesto que andar y bici son antagónicos. En realidad, debería decir que empecé a usar la bicicleta desde que supe mantenerme en pie, pero con 11 años comencé a competir en escuelas de ciclismo, desde la categoría de los alevines. El ciclismo, como otros deportes, se divide por edades y las escuelas son la categoría inferior y aglutina a los corredores hasta los 14 años, cuando ya pasan a la categoría cadete y empiezan a correr fuera de pequeños circuitos urbanos.

En esos primeros años estuve siempre acompañado por mis padres. Pero no quiero olvidar el apoyo de personas que se entregaban en cuerpo y alma a apoyar a todos los niños de la escuela. Ellos se sacrificaban para formarte y llevarte a las competiciones. De esta manera, inicié mi camino en un deporte que se convirtió en algo básico dentro de mi vida y que incluso hoy sigue siendo el compañero de viaje que nunca me abandona. El ciclismo, como otros deportes, no es una práctica individual de un niño. Al final, es un ejercicio que acaba involucrando a la familia y que necesita de ese apoyo en casa. Y también exige el respaldo desinteresado de monitores que colaboren en esos primeros pasos en los que la diversión está por encima de la competición.

Con 18 años, viví uno de los momentos decisivos de un deportista, pero también de cualquier adolescente, puesto que tienes que empezar a tomar decisiones personales trascendentales. En el ámbito del ciclismo, es el año en el que dejas la categoría júnior para pasar a la categoría amateur o elite y sub-23, es decir, es el momento en que empiezas a tener la categoría profesional sólo un peldaño por encima de tu nivel y puedes dejar de soñar con ese reto para empezar a analizar si va a ser viable en el corto y medio plazo o no lo va a ser nunca. También debes tomar decisiones complicadas en la vida: tienes 18 años, acaba el mundo del instituto y debes analizar si centrarás tus esfuerzos en trabajar, estudiar, rendir en la bicicleta o en una combinación mixta de estas posibilidades.

En mi caso, tenía la intención de ir a la Universidad, pero también quería seguir compitiendo dentro de la categoría elite y sub-23 para ganarme un hueco en el profesionalismo. Aposté por compaginar bicicleta y libros. Me matriculé en INEF (Educación Física) y, al mismo tiempo, intenté llegar al profesionalismo, un proceso que casi nunca es inmediato y que suele requerir de varias campañas. En esos años lucía los colores del mítico equipo Banesto, que tenía a ciclistas como Miguel Indurain como jefe de filas. Yo estaba en la cantera y veía que las opciones de llegar un día al máximo nivel iban creciendo a medida que los resultados mejoraban.

Con 21 años pude dar el salto a la categoría profesional. Además, lo hice en el equipo de casa: Euskadi. De un modo natural y sin demasiada reflexión personal, algo propio de la edad, aparté los libros para centrarme en el ciclismo. ¡Ya era profesional! Sin embargo, en el fondo de mi cabeza, jamás dejé de pensar en esa formación universitaria que había aparcado... temporalmente.

En ese camino en el mundo profesional del ciclismo, recuerdo diferentes experiencias que marcaron el devenir de lo que hoy estoy desarrollando a nivel profesional. Muchos ex deportistas de elite miran hacia el pasado con nostalgia y recuerdan los momentos de éxito. Se empeñan en repetirlos de forma sistemática para replicar esas sensaciones de alegría y euforia. Es algo lógico y perfectamente humano. Creo que es mejor que vaya un paso más allá y no me limite a hacer un recordatorio de los triunfos. Creo que es más instructivo que analice lo que había detrás de esos momentos decisivos y cómo me marcaron desde ese momento.

Empezaré con la Vuelta España de 1999. Era una carrera en la que iba segundo en la general y el último día me jugaba ganar o finalizar en segunda posición. Estamos hablando de una de las tres carreras más importantes del mundo, un reto con el que siempre había soñado, pero que jamás había vivido. Cuando eres pequeño, piensas que son situaciones que vas a afrontar con garantías. En ese momento de ensoñación infantil te ves a ti mismo preparado física y mentalmente. La realidad es que cuando llegan esos retos comprendes de que no lo estás y que nadie te ha proporcionado los instrumentos para hacer frente a esa situación. De repente, constatas que estás solo frente a la responsabilidad.

En realidad, estás preparado físicamente: un equipo ciclista profesional somete a todos sus corredores a un exhaustivo control médico, físico, biomecánico... También tienes el apoyo de los miembros del equipo. Y eso incluye a directores, mecánicos, masajistas... Pero no me había preparado ni nadie me había advertido de que debía asumir lo más difícil: estar listo mentalmente para el reto y, en primer lugar, conceptualizar lo que me estaba pasando. En otras palabras, necesitas asimilarlo y afrontarlo de forma global y serena, justo lo que nadie parece dispuesto a hacer en esos momentos de tensión.

Antes del inicio de la prueba contrarreloj salí a calentar, solo, por los alrededores de El Tiemblo (Ávila), que era de donde partía la cita. Me crucé con el ciclista con el que me tenía que enfrentar tan solo unos minutos más tarde. El iba acompañado por un coche de su equipo y por dos personas. Ese ciclista era el alemán Jan Ullrich, un ciclista más experto y que sabía lo que era ganar el Tour de Francia. Lo había hecho en 1997. No estábamos al mismo nivel de preparación mental.

Salí en la crono. Lo hice nervioso, indeciso y preocupado. Incluso hoy en día me faltan palabras para definir aquellos momentos de bloqueo casi general. Cuando apenas llevaba 5 kilómetros, mi rival, Jan Ullrich, ya me había metido 20 segundos. Yo iba mal. No cogía el paso. En ese momento, el director del equipo cambió de estrategia. De estar constantemente pidiéndome concentración y velocidad pasó a centrarse únicamente en el aspecto mental del reto que estábamos afrontando. Me veía que no podía, que estaba bloqueado, que no respondía a las órdenes... y que ninguna de esas reacciones tenía un origen físico. Yo era el mismo que había llegado a esas alturas de la carrera con opciones reales de ganar la general final. De repente, mis piernas parecían haberse olvidado de cómo ser ciclista.

El director me empezó a tranquilizar y se centró en trasladarme confianza. Me repitió una y otra vez que la Vuelta a España iba a ser un éxito rotundo para mí, y que aquella crono iba a ser un día duro, pero que seguro que podía hacerlo mejor de lo que lo estaba haciendo. Fui superando el estrés poco a poco y desbloqueando la tensión acumulada. Es cierto que finalmente Jan Ullrich me dobló y acabó ganando aquella Vuelta a España de 1999 con autoridad, pero yo no sólo saqué un más que positivo segundo puesto en la general final. En esa contrarreloj de El Tiemblo comprendí la importancia de la cabeza como motor de las piernas y del trabajo psicológico en el rendimiento de cualquier deportista. O mejor dicho, empecé a comprenderlo, puesto que ese proceso de asimilación de las derrotas jamás es instantáneo. Ese día perdí en lo deportivo, pero senté las bases para mejorar en lo personal.

Otro recuerdo imborrable en mi trayectoria profesional sucedió en el año 2002, cuando me había convertido en el líder en el Tour de Francia. Es la carrera más importante del mundo y su dimensión global supera a sus dos hermanas: el Giro de Italia y la Vuelta a España. Por eso mismo, el hecho de ser maillot amarillo en el Tour era -y es- algo que te marca.

En aquel Tour, corría para el equipo ONCE. En teoría, éramos dos líderes o jefes de filas dentro de la formación elegida por el director: Joseba Beloki y yo. Joseba venía de finalizar en el podio del Tour de Francia en dos ocasiones y, por tanto, tenía más galones a la hora de afrontar la gran ronda francesa. Sin embargo, de salida, el director marcó las directrices delante de los corredores y miembros del staff: Joseba y yo partíamos en igualdad de condiciones dentro de la jerarquía deportiva de la ONCE.

Tras cuatro etapas, me vestí de líder gracias a un trabajo sensacional de todo el equipo en la disciplina que más nos gustaba: la contrarreloj por equipos. ¡Vaya experiencia vestirte de amarillo en la carrera más importante del mundo! De repente, fui el centro de atención y empecé a comprobar que el Tour lo desborda todo, incluida tu capacidad de asumir lo que te viene encima. Yo había sido líder de la Vuelta e incluso había peleado por la victoria final casi hasta el último día, pero aquello era una dimensión superior. Todos los aficionados, amigos, familiares... querían tocarte y, al mismo tiempo, los medios querían hablar contigo. Además, sucedía en mitad de un Tour de Francia, con el desgaste físico que eso supone. Yo había ganado carreras importantes, pero aquello era abrumador. Estaba sorprendido e incluso hoy en día no puedo dejar de reconocer que viví una experiencia inolvidable y que probablemente no supe disfrutarla por culpa de toda esa tensión.

Repasando aquellos días, reconozco que siempre he sido una persona de semblante serio y tranquilo, pero los nervios y las dudas en circunstancias de gran estrés afloraban dentro de mi cuerpo y mente. Y en aquella situación eran menos visibles que nunca para el exterior, pero también más fuertes que nunca desde un punto de vista interno.

En total, estuve siete jornadas vestido con el maillot amarillo que distingue al líder del Tour de Francia. Fueron siete días fantásticos y con innumerables experiencias tanto en el plano colectivo como en el individual. Hay un momento que considero clave en ese proceso de defensa del maillot y, sobre todo, en mi proceso personal. Recuerdo que cuando llevaba cinco días de líder, afrontábamos una contrarreloj individual. En aquel momento, Armstrong, ¡el famoso Lance Armstrong!, era el ciclista que me podía arrebatar el liderato. Para mantener ese maillot tan deseado y desafiante, necesitaba el apoyo del equipo. Pero había dos líderes y ambos íbamos a correr con tan poca diferencia en nuestros horarios de salida que no era posible apoyar a los dos.

El director tomó la decisión de seguir en la contrarreloj a Joseba Beloki y, por tanto, de no subirse en el coche detrás de mí. Técnicamente hablando no hay ningún problema, puesto que tienes a un segundo director, un coche igual de grande y bonito que el primero, un mecánico igual de bueno... Pero mi problema no era técnico sino psicológico, emocional.

En mi interior, necesitaba el apoyo de todos para defender el maillot amarillo. Era líder del Tour y quería seguir siéndolo. Cuando más necesitaba sentirme arropado, el director tomó la decisión de no seguirme. Lejos de venirme abajo, afronté la contrarreloj con decisión y seguridad en mí mismo. Intenté recordar las lecciones de aquella contrarreloj de El Tiemblo en la que salí bloqueado por la tensión. Apoyado por el resto de auxiliares del equipo de forma incondicional, mantuve el liderato del Tour de Francia. Pero aquel sencillo gesto que ahora cualquiera podría considerar que no tenía importancia, generó una situación que me supuso un gran desgaste emocional.

Vivía situaciones nuevas, y las debía digerir. Sin embargo, nadie estaba en esa parte de apoyo mental y psicológico. De nuevo, experimenté una situación para la que no estaba preparado y lo tuve que hacer en soledad. No tenía a nadie que me hiciese juzgar objetivamente las situaciones, apartando de mi cabeza esos consejos del entorno que más que ayudarte, en ocasiones, te confunden. Me gustaría que nadie sacase de estas líneas una crítica a mi director. Es obvio que él no podía seguir a dos ciclistas al mismo tiempo. Yo pensaba que, al ser el líder del Tour, debía ser el elegido. No fue así. Lo peor no fue eso. Lo peor fue lo mucho que me costó asumir esa decisión.

Aunque desde fuera pueda sonar ridículo, cuando estás en medio de coordenadas de máximo estrés, acabas convirtiendo en un drama y en un conflicto personal la toma de decisiones técnicas que vistas desde la experiencia y el paso del tiempo no son tan inexplicables. Aquel día no supe gestionarlo correctamente. Lo bueno de la experiencia es que me marcó con la intensidad necesaria para que durante los años posteriores hiciera autocrítica sobre lo ocurrido y sobre cuál debería haber sido mi reacción. Aquella contrarreloj del Tour se convirtió junto a la crono de la Vuelta en parte del proceso de crecimiento personal que he desarrollado en los últimos años y que enseguida desvelaré con más detalles.

Recordé que muchos boxeadores acaban sufriendo una derrota en su último combate por no saber colgar los guantes a tiempo y no quería vivir esa sensación tan amarga. Tenía 32 años y es evidente que desde un punto de vista físico no tenía obstáculos para alargar mi trayectoria. Es más, tenía ofertas. Pero pensé que había muchas cosas por hacer y quería mantener el privilegio de ser yo quien decidía cuándo dejar el deporte y no verme con la angustia de intentar seguir sin tener ninguna oferta. Era el momento de parar y lo hice.

En mi cabeza siempre había mantenido una llama encendida. Quería finalizar mis estudios universitarios en Ciencias de la Educación y del Deporte (INEF). Como ya he comentado, al pasar a profesionales aparqué los libros, pero nunca dejé de pensar en ellos. Me faltaban dos cursos para culminar la licenciatura. En aquel momento, parecía una persona que sabía lo que quería después de una dilatada trayectoria profesional y que estaba tomando decisiones maduras y sensatas. Visto desde fuera, no tengo ninguna duda de que todo el mundo podía imaginar que tenía el control de mi vida y un mapa de actuaciones perfectamente definido. Pero no era así. ¡Para nada! Sólo tenía una idea general de lo que podía y quería hacer. La incertidumbre y el miedo a lo desconocido pesaban muchísimo en mi día a día. De repente, el abismo era lo que tenías frente a ti. Se habían acabado las rutinas de media vida y tenías que afrontar la incertidumbre teniendo que ir a estudiar a una facultad con compañeros más jóvenes que tú y, además, mirando de reojo hacia el futuro, puesto que con 32 años estás lejos de poder decir que jamás vas a buscar una profesión y puedes jubilarte.

En ese proceso de volver a hincar los codos y recuperar la pasión por los libros, de forma sorprendente, y con sólo 32 años me llamaron del equipo profesional de ciclismo Euskaltel-Euskadi. Querían que co liderase el proyecto junto al entonces mánager, Miguel Madariaga. Aquello fue una bomba sobre toda la planificación que yo había intentado crear para el primer día del resto de mi vida. ¿Aceptaba el reto?

Mi respuesta fue afirmativa. Aquello no era una oferta de trabajo, era un reto personal. No tuve dudas y tal vez debería haberlas tenido. En ese momento pesó más una idea: podía aplicar todo lo aprendido como ciclista dentro de un proyecto de primer nivel.

Me pasaban tantas cosas nuevas que, cada día, era una nueva experiencia para la que apenas tenía capacidad de asimilación. Sinceramente, no era capaz de entender todo ni de digerirlo. Conseguir que tus sueños se hagan realidad no siempre es bueno. Me veía forzado a tomar decisiones importantes y, además, a compatibilizarlo con la culminación de mis estudios de INEF, puesto que finalizar esa carrera era algo que deseaba. La acumulación de estrés se disparó hasta límites que jamás había vivido como ciclista.

El repaso de esos tres instantes de mi trayectoria puede parecer fruto de la casualidad o del deseo de recordar momentos de gloria. No es así. He escogido esos tres momentos porque certifican varios puntos que me han marcado personalmente: el primero, el amor por el ciclismo. El segundo, la sensación de soledad que he padecido como ciclista y también como responsable de un equipo. El tercero, la necesidad de contar con personas que te ayuden a caminar en la dirección correcta. Todo ello me ha llevado a la creación de un nuevo proyecto personal que nace de las carencias que he visto, vivido y sufrido.

Para empezar, he tomado la mejor decisión: vivir cinco años fuera de la presión del día a día del deporte profesional, lo que te permite dejar de pensar en lo urgente y comenzar a centrar tu mente en lo importante. Tuve oportunidades de regresar al pelotón, pero no era el momento y necesitaba crear herramientas que no había tenido a mi alcance y que me habían impedido disfrutar el momento.

En este período he tenido la gran suerte de juntarme con personas que me han ayudado a conceptualizar todo lo que viví como ciclista y como manager de un equipo. Ha sido un período de formación global, sin dejar de vivir de cerca el ciclismo, pero no involucrado en el día a día y la toma de decisiones. Para empezar, comencé a trabajar como asesor de deportistas. Rápidamente comprendí que mis experiencias eran de vital ayuda para aquellos a quienes asesoraba, principalmente en la preparación física.

Casi sin darme cuenta, estaba practicando con ellos lo que yo no había tenido como deportista. Estaba marcando una preparación en kilómetros, intensidad, dieta... pero eso es algo que siempre ha existido y existirá. Eso solo no podía ser mi camino y debía ir un paso más allá. Mi nueva dimensión era intentar ayudarles a afrontar los objetivos de forma consciente, a que entiendan esas emociones que pasan por la cabeza del deportista antes, durante y después de los grandes objetivos. Es importante que comprendan que no están solos y que digieran qué sienten y por qué lo sienten. Siempre he tenido claro que la ansiedad, la incertidumbre y un entorno de proyectos sin liderazgo pueden hacer que un deportista con talento se convierta en un deportista perdido. Ahora lo combato desde la primera línea con la planificación y también con el respaldo psicológico y emocional que todo deportista de alto nivel necesita en su día a día.

En este período de formación profesional y humana, también he conocido personas vinculadas al mundo empresarial, lo que me ha permitido completar mi visión. Por ejemplo, he comprendido que no existen tantas diferencias entre la gestión de los deportistas y la de los trabajadores de una organización. En este tiempo he visto líderes que se preocupan por las personas de su empresa, personas que quieren desarrollar las habilidades de sus empleados buscando crear el mejor clima para el desarrollo individual y colectivo. He comprobado de primera mano que algunas empresas realizan entre cuatro y seis acciones anuales para reforzar el trabajo en equipo, la empatía, el compromiso, la cercanía... en definitiva, esos valores que ayudan a que las organizaciones sean mejores lugares de trabajo, donde las personas se sienten identificadas y comprometidas.

Esta experiencia fuera del ámbito deportivo me volvió a abrir los ojos y me permitió crear una visión mucho más global del mundo. Comprobé de primera mano gracias a la relación con estas personas que las experiencias que resultaban del mundo laboral no se diferenciaban tanto de la que había vivido como deportista. En el fondo, analicé los puntos de unión que podían ser muy beneficiosos en el apoyo y desarrollo de personas del mundo empresarial y del mundo deportivo.

Tras reflexionar y contrastar esta reflexión con varias personas del mundo del asesoramiento tanto empresarial como deportivo, sigo con mi formación profesional asumiendo que es un camino sin final. Jamás podremos dejar de formarnos. Pensar que lo sabes todo es el principio del fin y ahora es cuando de verdad lo he asumido. El deseo constante de seguir creciendo no significa que no haya que pasar a la acción. Todas las vivencias que he tenido como deportista quiero utilizarlas para ayudar de forma más consciente a otros deportistas, y también en el mundo de la empresa. En definitiva, creo que he encontrado mi sitio en la función de  puente entre deporte y empresa.

Este proceso necesita de un aprendizaje constante, en el que interiorices términos y puedas crear un método propio de apoyo para ser capaz de ayudar al desarrollo de personas y de organizaciones por medio del deporte. Ahí llega el momento más complicado: ¿qué tipo de empresa puedo desarrollar? ¿Cómo convierto en algo real el flujo constante de ideas que tengo en la cabeza?

Comencé mi nueva andadura poco a poco, sin prisas. No quería volver a vivir la situación de mi llegada a Euskaltel-Euskadi, cuando de repente me tuve que enfrentar a una gestión profesional de todo un proyecto. Para esta nueva andadura tomé como modelo mi desembarco en el ciclismo profesional: quise ir pasando por las diferentes categorías de la bicicleta, desde escuelas hasta profesionales, pero sin saltarme ni una sola de las etapas.

Siempre he tenido en mi cabeza las estadísticas del deporte estadounidense: casi el 80% de los jugadores de la NFL (fútbol americano) están arruinados solo dos años después de dejar la práctica deportiva. Y más del 60% de los jugadores de la NBA (baloncesto) lo están a los cinco años de haber colgado las botas. Y hablamos de deportistas con sueldos millonarios, puesto que en la NBA nadie está por debajo del millón de euros anual. ¿Cómo es posible un fracaso personal tan grande a la hora de gestionar tu vida profesional y tu patrimonio? El deportista muchas veces vive a una velocidad que es incompatible con el análisis y la reflexión. En este nuevo ámbito de desarrollo profesional siempre tuve claro que no tomaría decisiones sin analizar los pros y contras, con la idea de crear un proyecto de bases sólidas.

Decía al principio del capítulo que la vida del deportista es dura, pero sencilla. En el fondo, haces muchos sacrificios físicos, pero dentro de un entorno estable y conocido. Sin embargo, hemos visto que no todo es tan fácil. En el deporte profesional hay momentos en los que tensión y la exigencia son tan grandes... que necesitas herramientas personales y un apoyo externo que te permitan dar lo mejor de ti mismo. La vida real, la que hay fuera de los focos del ciclismo profesional, no te garantiza un entorno estable y conocido. El mundo está en cambio constante y el COVID19 no ha hecho sino recordarlo. En esta segunda vida que disfruto, se acabó esa interpelación física del deporte profesional, pero sí hay una gran exigencia intelectual. Ese es el trabajo en el que estoy involucrado: acercar los dos mundos y crear puentes de comunicación para que nadie se ahogue en el río del deporte profesional.

Pero ¿cómo encaras esta andadura? ¡Todo es nuevo! De repente, no hay bicicletas, no hay concentraciones en altura, no hay carreras... Aquí vuelves a tener un reto, un verdadero desafío. Lo primero fue crear la empresa para tener una estructura legal desde la que trabajar. Pero, una vez has finalizado con la burocracia, te encuentras ante la gran duda y, al mismo tiempo, el gran temor: ¿dónde están los clientes? ¿a quién cuento todo esto?

No es fácil esta fase inicial. Debes plantearte por dónde empiezas y cómo lo haces. Es una nueva área de aprendizaje. En mi caso, decidí comenzar con los contactos y personas que he conocido en mi ámbito deportivo y que se encuentran en el ámbito de la empresa. También contacté con personas que se encargan de gestionar los contratos y el devenir de deportistas profesionales. Así he comenzado a desarrollar mi nuevo papel de comercial en los dos ámbitos: el de la conexión empresa-deporte y el del asesoramiento de ciclistas profesionales.

En pleno siglo XXI no solo es importante estar en los medios de comunicación. También debes estar en internet, con una página web, debes tener presencia en las redes sociales. Es imprescindible. Eso me hizo desarrollar una pagina web, reunirme con profesionales de este tema y desarrollar nuestra imagen global. En ese proceso de adaptación y formación sigo inmerso. Los contenidos en la web son modificados constantemente, al igual que los mensajes en redes sociales. Analizo los posibles clientes, intento contactar con ellos y trato de crear nuevos socios que vean en Kirolife una herramienta de mejora en el desarrollo personal y colectivo de sus organizaciones.

Kirolife seguirá creciendo, aunque no puedo dejar de detallar uno de nuestros primeros casos de éxito: el proyecto Machining Meets Cycling. De la mano de la empresa Ceratizit hemos desarrollo una innovadora propuesta para unir ciclismo, empresa y Formación Profesional. En poco tiempo hemos involucrado a escuelas de ciclismo de Asturias, Catalunya, Andalucía, Madrid, Euskadi... y a empresas como AGA, Alkain, Mendi, Lointek, DTK Kintana, Launa, Rotor y EDR. Todos han comprendido lo importante que es dar oportunidades a que los jóvenes no deban decidir entre estudio y ciclismo, sino que es posible compaginarlo. Para ello hemos desarrollado un plan de coordinación entre bicicleta y Formación Profesional a través de Mecanizados, uno de los grados con más y mejores posibilidades de encontrar empleo. Todavía más si tenemos en cuenta que las empresas son nuestros socios en este camino y están muy involucrados en difundir una buena imagen de esta formación teórica y práctica que es la Formación Profesional.

Esto es solo un primer paso de lo que queremos desarrollar a través de Kirolife. Entiendo y asumo que necesitaré de personas de otros ámbitos para que Kirolife sea más fuerte y dinámica. Me apoyaré también en especialistas en otras materias como psicólogos, nutricionistas, pedagogos, etc. que complementen este equipo pensado para la mejora organizacional desde la óptica del desarrollo de las personas.

Todo esto es Kirolife. Todo esto es mi nuevo plan de vida. Ya no hay un entorno estable. El mundo ha cambiado y mucho más lo ha hecho en los últimos meses. Ahora es el momento de proporcionar respuestas y de ofrecer el apoyo que tantas veces eché de menos. También es el momento de seguir aprendiendo y de seguir sonriendo. Nuevos retos exigen nuevos compromisos. El nuestro es el apoyo a las empresas y a los deportistas.

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