Vivimos, sin duda, tiempos turbulentos. La gran recesión en 2008 fue la que nos dio a casi todos una patada en santa sea la parte, pero tras una época quizás algo más tranquila llegó la pandemia del COVID, que parece casi ya ciencia ficción (¿o una pesadilla?), la guerra de Ucrania, la inflación… y ahora Donald Trump con sus aranceles… y si trabajas en el sector automoción, qué te voy a decir, cambio de tecnología, el «tiro en el pie» de la Unión Europea con el coche eléctrico, continuos cierres de plantas…
Podemos decir sin miedo a equivocarnos que vivimos en continua crisis.
Vivimos tiempos de paradojas. La incertidumbre se ha convertido en la única certeza, y la palabra «crisis» resuena con una familiaridad inquietante. Pero, ¿y si en lugar de un precipicio cada crisis pudiera ser como un precioso trampolín? ¿Y si, si no las tuviéramos, habría que buscarlas o incluso provocarlas?
No hablo de un optimismo ingenuo. Las dificultades son reales, el sufrimiento existe. Pero la historia nos demuestra que los momentos de mayor convulsión son también los que alumbran las mayores transformaciones. Es en la adversidad donde se templan los liderazgos auténticos, aquellos que no se limitan a gestionar la supervivencia, sino que inspiran la reinvención.
Deja que te cuente una historia, el árbol de las manzanas doradas.
Un anciano sabio, conocido por su serenidad y profunda sabiduría, caminaba por un sendero montañoso con su joven aprendiz. Mientras avanzaba, divisaron a lo lejos una humilde cabaña, rodeada de un pequeño huerto. El sabio decidió hacer una pausa y visitar a los habitantes de aquel lugar.
–Es importante conocer a las personas que viven de la tierra –le dijo el sabio al aprendiz–. A menudo, encontramos valiosas lecciones en los lugares más sencillos.
Al llegar a la cabaña encontraron a un hombre y su esposa trabajando en el huerto. Sus ropas eran sencillas y sus manos estaban curtidas por el trabajo. El sabio, con amabilidad, les preguntó cómo se ganaban la vida en aquel paraje aislado.
–Tenemos un viejo manzano –respondió el hombre–. Cada año nos da unas manzanas doradas, tan dulces y jugosas que la gente del pueblo cercano las compra a buen precio. Con ese dinero podemos comprar lo que necesitamos para vivir.
El sabio agradeció la información y, tras un momento de contemplación, se despidió. Mientras se alejaban, se giró hacia su aprendiz y le dijo:
– Regresa a la cabaña. Corta el manzano y quémalo.
El joven aprendiz se sorprendió.
–¿Pero maestro, cómo podemos hacer eso? ¡Es su única fuente de sustento!
El sabio, imperturbable, repitió su orden. El aprendiz, aunque desconcertado, obedeció. Regresó a la cabaña y, con pesar, cortó el manzano y lo quemó.
Pasaron los años y el aprendiz, atormentado por la culpa, decidió regresar a la montaña. Quería confesar su acción y ofrecer su ayuda a la familia. Al llegar, se encontró con una próspera granja, con campos cultivados y animales. La cabaña había sido reemplazada por una casa grande y acogedora.
El hombre y su esposa lo recibieron con alegría.
–¡Qué bueno que has regresado! –dijeron–. Desde que el manzano se quemó tuvimos que buscar otras formas de sobrevivir. Descubrimos que la tierra era fértil y aprendimos a cultivar otros alimentos. Ahora, tenemos una granja próspera y somos felices.
El aprendiz comprendió la lección del sabio. A vece, aferrarse a lo conocido nos impide descubrir nuestro verdadero potencial. Al perder nuestra zona de confort nos vemos obligados a buscar nuevas soluciones y, a menudo, encontramos un camino mucho mejor.
Ante una crisis, ya sea provocada en el exterior o por ti mismo (creo sinceramente en el poder de provocar crisis, incluso cuando las cosas vayan bien) una de las principales misiones de los managers-líderes debe ser «retar» a su gente en la consecución de resultados que parecen casi imposibles… Para mejorar un poquito, ¿nos vamos siquiera a arremangar?
En Japón, a los objetivos casi imposibles los llaman «objetivos Shinkansen». Mis amigos de Toyota tienen incluso un programa que se llama «Start your imposible», para animarnos a todos en el camino de «lo imposible».
Aunque no es de Toyota, deja que te hable del Shinkansen.
El Shinkansen es el tren bala (parecido al AVE que tenemos en España). Hoy en día no parece mucha innovación un tren de alta velocidad, pero en Japón lo inauguraron para los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964, 28 años de que lo hiciéramos en España en 1992.
En aquella época, el que un tren fuera a 100-110 km/h ya se consideraba rápido. En los preparativos iniciales del proyecto, unos años antes de la cita olímpica, el equipo de ingenieros preparó un plan para unir las ciudades de Tokio y Osaka (de hecho la palabra Shinkansen en japonés significa «nueva línea troncal») a la velocidad de 100-110 km/h, esperando rápida aprobación por parte de las autoridades.
«Este proyecto no nos vale. Necesitamos un tren que vaya como mínimo el doble de rápido. Queremos unir las dos ciudades en menos de 3 horas».
Lo que pedían parecía un imposible con los medios, la tecnología y la forma de pensar del momento, pero se convirtió para todo el equipo en un reto de enormes dimensiones.
Pero ese reto logró hacer que las personas, el equipo, pensara de forma diferente, y se pusieron en marcha soluciones que hasta ese momento nadie había siquiera ideado:
Si «solo» hubieran pensado en darle más potencia al motor, ¿crees que habrían logrado el objetivo?
Como te imaginarás se logró poner en marcha el Shinkansen para las Olimpiadas de Tokio de 1964, a más del doble de la velocidad inicial, conectando las dos principales ciudades de Japón en menos de 3 horas.
Lo mismo ocurre con tus objetivos. Te invito a que tengas algún objetivo Shinkansen. Que te haga «salir de la caja», pensar diferente, hacer cosas nuevas que quizás nadie ha hecho. Ese es el poder de los objetivos «casi imposibles».
Eso sí, no tengas 8 objetivos Shinkansen, porque muy probablemente no consigas ninguno de ellos. El foco y el equipo son la clave del éxito.
Los objetivos Shinkansen, bien planteados en número, deberían ser tu manera de provocar esa crisis de manera continua y permanente para que avances en el camino de manera radical… y en paralelo poco a poco con el Kaizen.
¿Has oído hablar alguna vez de Kaizen? Es casi una filosofía de vida que aplica tanto a la parte personal como a la profesional. Kaizen son dos kangis japoneses que significan: Kai, cambio y Zen, mejor. Algo así como cambio a mejor, mejora continua, que parece como más entendible.
Sus características principales, por hacer la historia algo corta, se centran en:
Suelo regalar (ya que va con mi tarjeta de visita) una tarjeta fabulosa con los 10 puntos del espíritu Kaizen. Leélos con calma y hazlos tuyos. ¡Vívelos cada día y ayúdame a extenderlos!
No os hablaré de todos los puntos, ya que si no me extendería demasiado, pero deja que al menos que te hable de los que más tienen que ver con el tema que nos ocupa.:
Seguro que alguna vez habéis oído la expresión «aquí esto siempre se ha hecho así» o frases similares, en tu empresa anterior (espero) o en alguna experiencia pasada.
¿Por qué no se pueden hacer las cosas de una manera diferente? ¿Por qué no provocar una pequeña crisis?
No hay que quedarse satisfechos con la idea de que solo se pueden hacer las cosas de una manera… Es, posiblemente, una de las mayores barreras a romper… Porque todos somos reacios al cambio. Vivimos cómodos con lo que conocemos, en nuestra zona de confort. Pero tenemos que buscar nuevas formas de hacer las cosas. Es el único camino para mejorar… Si hacemos lo que siempre hemos hecho… conseguiremos como mucho lo mismo que ya hemos conseguido. Pero la mejora, la innovación, la respuesta ante nuevos objetivos o crisis no debe ser la misma.
Deja que te cuente otra historia:
En un experimento se metieron cinco monos en una habitación. En el centro de la misma ubicaron una escalera, y en lo alto, unos plátanos. Cuando uno de los monos ascendía por la escalera para acceder a los plátanos, los experimentadores rociaban al resto de monos con un chorro de agua fría.
Al cabo de un tiempo, los monos asimilaron la conexión entre el uso de la escalera y el chorro de agua fría, de modo que cuando uno de ellos se aventuraba a ascender un busca de un plátano, el resto de monos se lo impedían con violencia.
Al final, e incluso ante la tentación del alimento, ningún mono se atrevía a subir por la escalera.
En ese momento, los experimentadores extrajeron uno de los cinco monos iniciales e introdujeron uno nuevo en la habitación.
El mono nuevo, naturalmente, trepó por la escalera en busca de los plátanos. En cuanto los demás observaron sus intenciones se abalanzaron sobre él y lo bajaron a golpes antes de que el chorro de agua fría hiciera su aparición.
Después de repetirse la experiencia varias veces, al final el nuevo mono comprendió que era mejor para su integridad renunciar a ascender por la escalera. Los experimentadores sustituyeron otra vez a uno de los monos del grupo inicial. El primer mono sustituido participó con especial interés en las palizas al nuevo mono trepador.
Posteriormente se repitió el proceso con el tercer, cuarto y quinto mono, hasta que llegó un momento en que todos los monos del experimento inicial habían sido sustituidos.
En ese momento, los experimentadores se encontraron con algo sorprendente. Ninguno de los monos que había en la habitación había recibido nunca el chorro de agua fría. Sin embargo, ninguno se atrevía a trepar para hacerse con los plátanos.
Si hubieran podido preguntar a los primates por qué no subían para alcanzar el alimento, probablemente la respuesta hubiera sido esta «No lo sé. Esto siempre ha sido así».
Este cuento nos demuestra algo muy importante en las sociedades humanas. Hacemos lo mismo que los monos. Nos hemos llenado de consciencias colectivas, en ocasiones no somos ni capaces de preguntarnos por qué debemos hacer las cosas de tal o cual manera.
Y aquel que se aventura a salir de «lo establecido» es rápidamente retirado, golpeado, despreciado por todos los demás pertenecientes a esa sociedad.
¡No seamos, por favor, como los monos de la parábola!
Tratemos de hacer las cosas de otra manera. Equivoquémonos, seguro, en el proceso. Pero ahí residen la evolución y el aprendizaje.
Muy ligada con la anterior, pero es mucho más sencillo decir (y actuar en consecuencia) cosas del estilo: “Esto es imposible”, “Ya lo probamos y no funcionó”, “Esto no va a funcionar” …que pensar cómo hacerlo. Pero, ¿es ese el camino?
Me viene a la mente la frase de Thomas Alba Edison, prolífico inventor, entre otras cosas de la bombilla… es decir, de la luz eléctrica: «No fracasé, solo descubrí 999 maneras de cómo no hacer una bombilla».
La manera de progresar, de mejorar, en resumidas cuentas, de aprender, es pensando, probando,… experimentando…
¿Os imagináis que Edison hubiera dejado de probar tras su tercer intento? ¿Qué sería de nosotros? ¿Estarías ahora a la luz de una vela leyendo en un papiro?
Seguro que también conoceréis las fantásticas aspiradoras DYSON. La aspiradora (por cierto que bonita igual que todos sus diseños!) fue el primer producto que lanzaron al mercado y fue un éxito arrollador. Pero, ¿sabéis cuántos prototipos y pruebas diferentes hicieron antes de sacarlo al mercado? ¿50? ¿500? ¿1000?
¡5.127 es la respuesta! Seguramente si hubiera acabado tras el prototipo 37 hubiera sido otro aspirador más, pero consiguieron algo nuevo, rompedor, pero basado en el aprendizaje continuo.
No quiero con esto decir que todo lo probemos 5.127 veces… Pero desde luego el camino hacia el aprendizaje es la continua experimentación. Pensar, reflexionar, equivocarse, aprender.
Es, posiblemente, el punto más importante de la filosofía Kaizen (aparte por supuesto del poder de las personas).
Siempre, y repito, SIEMPRE, SIEMPRE, SIEMPRE, se puede mejorar… De acuerdo que al principio puede ser más sencillo o los saltos pueden ser más grandes, pero siempre van a existir oportunidades de mejora…
En ocasiones encuentro gente que cree que ya ha llegado, que ya lo ha conseguido. Que ya es perfecta (o eso se cree).
¡Qué enorme error! La autocomplacencia es el principio del fin. Pensar que ya nada puedes hacer mejor es un error de dimensiones épicas.
Siempre tenemos que cuestionárnoslo todo y no conformarnos con el statu quo (así, de paso, volvemos al punto 1 del espíritu Kaizen 1).
Deja que te cuente otra historia, esta vez sobre Toyota:
La marca Toyota, originariamente era Toyoda, el apellido de la familia que creó la compañía. Pero ¿por qué lo cambiaron a Toyota? Hay dos historias que circulan al respecto.
La primera (y desde luego mi favorita) es que para escribir Toyoda en kanjis japoneses se emplean 10 caracteres. En cambio, para escribir Toyota, tan solo se emplean 8.
10 indica perfección (10 sobre 10). En cambio Toyota, 8 caracteres, indica que tienes oportunidad para mejorar. (8 sobre 10). Es decir, huyen de la perfección. La perfección no existe.
La segunda historia que circula es que el 8 es el número de la suerte… de la prosperidad… A mí me gusta más la primera historia…
Volvamos al perfeccionismo, para que, por favor, trates de olvidarlo. Sal de ahí. Para siempre.
Pero lo que es sin duda más importante de todo es interiorizar que «no somos los mejores», que no «lo hacemos ya todo bien». Tenemos que salir de ahí, si es que algún día te instalas en esta incómoda «cueva». ¿Y por qué lo denomino cueva? Porque si no sales de ahí, si no te quitas la sensación, el sentimiento de que lo haces todo bien, va a ser muy difícil que evoluciones.
Si no entiendes la necesidad, no vas a avanzar. Si no crees de verdad que se pueden hacer mejor las cosas, estás bloqueado. Si no hay necesidad de mejorar, no hay Kaizen (“NO NEED, NO KAIZEN”)
¿Qué te parecen Los 10 puntos del espíritu Kaizen? ¿Demasiado bonito para ser cierto? ¿Aplicable? Te aseguro que lo es. ¿Quizás no está en tu mano el cambio?
Porque, si os dais cuenta, los 10 puntos del espíritu Kaizen nos proponen un cambio cultural, donde los managers y directivos principales son, seguro, los que más tienen que cambiar…