La emoción más antigua e intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo e intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido. Esta frase la pronunció Howard Phillips Lovecraft, escritor estadounidense de relatos y novelas de terror y ciencia ficción, y sirve para reflejar la causa principal que se esconde detrás del miedo al cambio. Cambiar significa pasar de lo conocido a lo desconocido, donde reina la incertidumbre y el caos, al menos inicialmente. Cualquier proceso de transformación que no tenga en cuenta el factor emocional, es decir, cómo gestionar el miedo asociado al cambio, tiene muchas posibilidades de fracasar estrepitosamente.
Los procesos de cambio fracasan, en su mayoría, no por razones técnicas, sino por la resistencia humana y la falta de una gestión efectiva. Un CEO debe actuar como un líder del cambio, asegurando el propósito (para qué cambiamos), la comunicación (clara, transparente y humana), la participación (involucrar a la organización), el apoyo (proveer recursos y soporte durante el proceso) y el seguimiento (evaluar periódicamente donde se encuentra el proceso). Además, como sostiene el modelo de gestión de cambio de Kotter, conviene crear un equipo de líderes que impulsen el cambio por su afinidad al proyecto y su personalidad influyente.
La neurociencia nos enseña que el cerebro humano no está diseñado para el cambio, sino para la supervivencia. Cualquier alteración en lo conocido activa mecanismos de defensa que generan resistencias, que tienen su origen en raíces biológicas. Así cuando alguien nos propone un cambio, nuestro cerebro activa una serie de resistencias que dificultan el proceso de gestión del cambio.
Algunas de las razones principales por las que nuestro cerebro rechaza los cambios son las siguientes:
- El miedo al cambio: el cerebro prefiere lo predecible y en cuanto detecta un cambio lo asocia a una amenaza, activando una respuesta de “lucha o huida”.
- La economía de la energía: actuamos en piloto automático a través de hábitos y rutinas, por lo que cambiar requiere un esfuerzo cognitivo, que el cerebro evita porque consume más energía.
- El sesgo del “estatus quo”: los circuitos de recompensa del cerebro impulsan a mantener lo conocido, cuando tiene que tomar una decisión sobre el cambio, de esta forma prefiere la seguridad de lo viejo a la incertidumbre de lo nuevo.
En resumen, la resistencia al cambio no es sólo psicológica, sino una respuesta neurológica automática.
¿Cómo activar el cerebro para aceptar el cambio?
Para superar estas resistencias, hay que engañar al cerebro y convertir el cambio en algo positivo y manejable. Por ejemplo, podemos utilizar algunas de estas estrategias basadas en la neurociencia:
Hay un poema de T.S. Eliot que resume lo que significa abrazar lo desconocido: “Sólo los que se arriesgan a ir más allá pueden descubrir hasta donde se puede llegar”. Cuando cambiamos siempre hay un riesgo, que es necesario asumirlo y arriesgar sí queremos ir más allá. Eso implica tener el coraje y la valentía para abandonar una realidad conocida, controlada y estable por otra incierta, caótica y desconocida.
Sin embargo, aunque apelemos a esas cualidades, la gente suele resistirse al cambio cuando siente que no tiene las habilidades para afrontarlo. La falta de formación genera frustración y baja confianza, lo que impide abordar el cambio. Un líder debe ser consciente de la necesidad de diseñar programas de formación específicos orientados a la gestión del cambio, proporcionando mentoring y coaching durante la transición y establecer plataformas de aprendizaje continuo, para ir superando las resistencias que surjan a lo largo del proceso.