Decía -muy sensatamente- Mark Twain, que “un hombre con una idea nueva es un loco hasta que la idea triunfa; lo malo es que el mundo está lleno de ideas fracasadas y de alucinados que no acaban de asumirlo.”
La raza humana es indiscutiblemente superior a la especie animal en su capacidad de imaginar y, por lo tanto, de mejorar. Pero los animales nos superan, (precisamente por eso) en sensatez.
El progreso nos ha dado indudables avances, pero también se ha desbocado en una espiral vertiginosa que nos está llevando muchas veces a perder de vista la necesidad de volver a ser sensatos. En los animales esta es una cuestión de supervivencia. En los humanos, ni siquiera la supervivencia de la especie está asegurada. La insensatez sistemática y el creciente cortoplacismo imperante en nuestras vidas han ocupado el lugar de la prudencia y la lucidez. Este es, en mi opinión, uno de los grandes males de nuestra era en la organización actual.
Exceso de burocracia, decisiones con base política, “líderes” que sirven intereses individuales, entornos desmotivadores, iniciativas al mercado que no consideran las necesidades de aquellos a quien van destinadas, son algunos ejemplos del cariz que está tomando el asunto en muchas organizaciones. Para recuperar la perspectiva necesitaremos de estímulos externos poderosos. La crisis -que no es otra cosa que la materialización de una carrera sin control que dura tiempo-, nos puede hacer recuperar la cordura. Como una vez le oí a Alex Rovira, “gracias, crisis”.
Una estrategia empresarial sensata deberá ser austera y, por lo tanto, eficiente en el uso de los recursos; justa y, por lo tanto, barata para el cliente; y eficaz y, por lo tanto, bien planeada y consistente. Y si el instinto ya no nos dicta estas simples reglas, habrá que crearlas.
